He aquí una víctima de la gentrificación. Tiene 81 años, se llama Marjorie Kanter y ha sido impelida a abandonar el piso en el que vive desde hace 30 años, en el barrio de las Letras de Madrid, porque los centros de las grandes ciudades europeas se han transformado en parques temáticos donde molesta mucho la presencia de personas reales. Dice uno “gentrificación” y parece que lo ha dicho todo. Da como un poco de pereza descender a los detalles. Estos barrios, que fueron en su día el rostro de las urbes históricas, parecen ya caras rellenas de silicona, atravesadas por los costurones cárnicos propios de una cirugía plástica malograda. Semblantes sin identidad donde los establecimientos comerciales, por poner un ejemplo, han sido sustituidos por tiendas de imanes para la nevera. Como efecto secundario, el precio de los alquileres de los barrios periféricos, al aumentar exponencialmente la demanda de la gente expulsada de la médula, se ha puesto por las nubes.
